Estaba segura de que era un sueño en un noventa y nueve por ciento.
Las razones de esa certeza casi absoluta eran porque estaba viendo a mi futura hija, Rebecca. Esto, sin duda, ofrecía una seria evidencia a favor de la teoría del sueño.
El rostro de Rebecca era tal y como lo imaginaba, casi tan parecida a mí cuando era una infante como ella. Nuestros labios –los suyos fruncidos de un modo tan angelical- se curvaron a la vez con una media sonrisa de sorpresa. Al parecer, tampoco ella esperaba verme.
Estaba a punto de preguntarle algo, no recuerdo bien cual era esa pregunta, lo único que recuerdo es que tenía mucha curiosidad de saber que hacia ella en mi sueño. Pero ella abrió la boca al mismo tiempo que yo y me detuve para dejarla hablar primero. Ella hizo lo mismo y ambas sonreímos. Cuando de repente escucho que alguien me llama. No era ella la que había pronunciado mi nombre, por lo que ambas nos volvimos para ver quien se unía a nuestra pequeña reunión. En realidad, yo no necesitaba mirar para saberlo. Era una voz que habría reconocido en cualquier lugar, y a la que también hubiera respondido, ya estuviera dormida o despierta…o incluso muerta, estoy casi segura. La voz por la que habría caminado sobre el fuego o, con menos dramatismo, por que seria capaz de hacer cualquier cosa. Él.
Aunque me moría de ganas por verlo – consciente o no – y estaba casi segura de que se trataba de un sueño, me entró el pánico a medida que el se acercaba a nosotras caminando bajo la deslumbrante luz del sol. Pero ¿Qué hacia él aquí?, sin embargo, ahí estaba, se acercaba, como si yo estuviera sola, con ese andar suyo tan grácil y despreocupado y esa hermosísima sonrisa en su perfecto rostro.
Lancé una mirada aterrada a Rebecca y en ese instante, ella se volvió para mirarme y sus ojos expresaron la misma alarma que los míos. Mantuvo aquel extraño gesto y separó torpemente un brazo del cuerpo; luego, lo alargó y curvó en el aire como si abrazara a alguien a quien no podía ver, alguien invisible.
Sólo me percaté del marco que rodeaba su figura al contemplar la imagen desde una perspectiva más amplia. Sin comprender aún, alcé la mano que no rodeaba la cintura de él y la acerqué para tocar a Rebecca. Ella repitió el movimiento de forma exacta, como en un espejo. Pero donde nuestros dedos hubieran debido encontrarse, sólo había frío cristal…
El sueño se convirtió en una pesadilla de forma brusca. Ésa no era mi hija Rebecca, era mi imagen reflejada en un espejo. Era yo, una pequeña niña.
Él permanecía a mi lado sin reflejarse en el espejo, insoportablemente hermoso. Apretó sus labios perfectos contra mi mejilla. Y de repente susurré sin darme cuenta – Feliz Cumpleaños –
Me desperté sobresaltada y dije “sólo ha sido un sueño”. Tomé aire y salte de la cama cuando se me pasó el susto. El pequeño calendario me mostró que era 8 de junio, el día de su cumpleaños; había temido este día durante meses y ahora que por fin había llegado, resultaba aún peor de lo que temía. Casi podía sentirlo, ya era mayor. Cada día envejecía un poco más, mientras yo seguía siendo la misma nena tonta de siempre. Pero hoy era diferente y notablemente peor.
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